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2 septiembre 2021
Autor: Silvia Valbuena García
Duración aproximada de lectura: 5 min

Cuidados NiñaDesde bien pequeña, siempre que me han preguntado qué quería ser de mayor he respondido que enfermera. Es una profesión que siempre me ha apasionado porque me encantaban las jeringas, las agujas, los medicamentos, los trajes de enfermera, las vendas y gasas… Tanto que me pasaba el día vendando a mis padres los brazos o pies o curándoles heridas imaginarias. ¡Mis padres acababan hartos de mí! Conforme han ido pasando los años he aprendiendo que ser enfermera es mucho más que las técnicas, es saber cuidar a una persona en todos los sentidos, es saber escuchar, comprender, empatizar, acompañar, aconsejar… En realidad, es lo más bonito y lo que te hace amar la profesión. Y esto lo comprendí sobre todo hace unos años, cuando mi tía estuvo en el hospital mucho tiempo ingresada. Me dijo que lo único bueno de estar en una fría habitación de hospital era sentir el cariño que ponían sus enfermeras en atenderla. Días antes de fallecer me dijo “estoy muy orgullosa de ti, cariño. Por cómo eres sé que serás en un futuro una gran enfermera”. Esas palabras las tengo guardadas en mi corazón como un tesoro y me animan cada día que pienso que no valgo para serlo.

Primer día en la nueva unidad de prácticas. Quinta planta de cirugía. Otra vez los nervios en el estómago. No es nuestro primer rotatorio haciendo prácticas, pero al llegar a un sitio nuevo en el que no conoces a nadie es como si lo fuera. Menos mal que teníamos a nuestra supervisora para intentar relajarnos un poco. “Estáis tan nerviosos que parecéis corderillos yendo al matadero”. Y qué razón tenía. Voy con mi enfermera, menos mal que es una de las majas y de las que se molestan en enseñarte, pero tuvimos una mañana que, para ser la primera, fue de locos.

Según estábamos repartiendo las medicaciones de las 9, notamos que una señora estaba hablando bastante raro, como que se le trababa la lengua. Mi enfermera, corriendo para llamar al médico. Al rato a la mujer se le paralizó la mitad del cuerpo y yo ya no sabía ni qué hacer ni cómo podía ayudar y pensaba “¿y esto va a ser así todos los días? Yo me voy de aquí”. 12 de la mañana y seguían sin hacer nada los médicos, hasta que empieza a convulsionar, y ahí es cuando vino media plantilla de la planta para atenderla. Afortunadamente se fue recuperando poco a poco. Le cogí especial cariño, en las largas mañanas del turno me pasaba muchas veces por su habitación, aunque solo fuera para hablar con ella, y me contaba que se sentía mejor en el hospital que en casa porque vivía sola. Y como esa señora, otras muchas personas que han pasado por la planta, que no quieren que pase el médico a darles el alta: aquí por lo menos están acompañados.

Pero otras personas no tienen tanta suerte y se apagan delante de nuestros ojos. Como una mujer, de unos 50 y tantos que por desgracia tenía varios problemas de salud, pero no imaginábamos que tendría aquel desenlace. Ese día entraba de tarde y todo apuntaba a que el turno iba a ser movidito. Mientras estábamos preparándola para ponerle a merendar, se le acabó la vida delante de nosotros. Entonces empezó la escena de las míticas series del estilo de Hospital Central o Anatomía de Grey en la que tocó correr llamando a los médicos de guardia, enfermeras, celadores, TCAE… Comenzó la RCP, pero las ondas del desfibrilador eran la crónica de una muerte anunciada. Todos los presentes lo sabíamos, pero intentamos hacer todo lo posible por sacarla adelante. Junto a ella morían miles de recuerdos, viajes, familia y amigos, y empezaba a despertar un tremendo dolor en todos ellos. Era la primera vez que veía morir a alguien en directo y creo que será una de las imágenes que voy a guardar en mi cabeza de por vida.

Pero no todas las cosas que pasan en el hospital son malas. Y a Dios gracias, porque si no, no se podría soportar esta profesión. Están todas las cosas por las que vale la pena aguantar, como la sonrisa de los pacientes que se van a casa recuperados, las lágrimas de felicidad cuando les dan la noticia de que han superado una enfermedad, el ramo de rosas que le llega a una abuela de parte de sus nietos para darle ánimos en la recuperación o cuando te haces amigo de pacientes que al principio no tienen un carácter muy llevadero. Recuerdo a una chica que estaba ingresada en la 515, muchos ingresos anteriores en el hospital y un mal genio como la copa de un pino. Había que cambiarle la vía y cuando me vio aparecer con nuestro traje de morado tan poco llamativo me dijo que ni en broma una alumna de prácticas iba a hacerle nada a ella. Poco a poco fui ganándomela al ir a verla con frecuencia para preguntar qué tal estaba pasando la mañana. Unos días antes de irse a casa incluso me dejó cambiarle la vía, cosa que mis ojos no podían creer.

También algo que me ha llenado de una manera tremenda como persona es el agradecimiento por el esfuerzo y la implicación con las personas. Por ejemplo, un señor de la 505 estuvo ingresado en el hospital bastante tiempo y tanto él como su familia se portaron muy bien conmigo y aunque sabían, obviamente por el traje y la inexperiencia, que era de prácticas, me dijeron que era la persona que mejor les había tratado del hospital. Fuera verdad o no a mí esas palabras me llegaron al alma. Él me decía a menudo que le recordaba a su nieta porque teníamos el mismo color de ojos. Otra historia que me ha conmovido es la de un chico joven que estaba aterrado por el posible diagnostico que podía tener, ya que todo apuntaba a algo grave. Le cogí la mano para intentar tranquilizarlo un poco y le dije que todo iba a salir bien. No me gusta demasiado decir esas palabras ya que nunca puedes saber si va a salir las cosas bien, pero creí que en ese momento era lo que necesitaba oír.

Ahora bien, hablando de técnicas creo que también he aprendido bastante. Siempre depende de la enfermera o TCAE que te toque. He mejorado bastante mi técnica de canalizar vías (he de decir que el año pasado lo cogí pánico), he aprendido bastante en cuanto a curas quirúrgicas y de úlceras, he puesto sondas vesicales y nasogástricas, he realizado muchas extracciones de sangre, alguna gasometría, he aprendido a asear a pacientes encamados, a saber cómo funcionan muchos tipos de drenajes, a conocer más medicamentos, a utilizar el programa de Gacela y hasta a coger el teléfono. ¡Todo el día se pasa sonando!

Miro el reloj, mañana es Nochebuena y se respira el ambiente navideño por toda la planta. Un belén y un pequeño arbolito de navidad puesto en la mesa del control de enfermería (este año con la COVID-19 no lo han puesto en el suelo), las puertas de las habitaciones adornadas con detalles hechos por las enfermeras y un dibujo de un Papá Noel saliendo de la puerta de lencería. Pienso en todas las personas que tendrán que pasar, este año, solas las Navidades, en las que les tocará pasarlo en una habitación del hospital y al borde de la muerte en la UCI, o a los que han perdido la vida este año. Cambio los últimos sueros antes de irme a casa y me despido de los compañeros de la planta deseándoles felices fiestas. Dejamos atrás un año diferente, difícil y salvaje con esperanzas de que podamos retomar la tan ansiada “normalidad”.

En este periodo de prácticas he visto tristeza, preocupación, he sentido el miedo de cerca como nunca antes y he conocido la muerte, pero ha valido la pena por todo lo que he crecido como persona. Gracias, 5º planta de cirugía, por tanto.

 

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